UN INSOMNIO EN MARRÓN...
Por algo había que empezar, pero esa noche de eterno insomnio no encontraba el inicio. La oración pudo ser una buena alternativa para conciliar el sueño y así, como de costumbre, sentir que Dios me arrullaba y me dormía.
Pensaba muchas cosas, en el trabajo principalmente. Recordaba el pésimo día que había pasado y más se dibujaba en mi mente que debía mejorar, no sé qué, pero debía hacerlo. Pero, sin saberlo iba a lograr cambiar algo? No, en absoluto. Debí saberlo porque no era nada nuevo en mi la constante idea de cambio y renovación perpetua.
Allí continuaba, hablando y hablando con Dios, que esto que lo otro. A pesar de la intimidad del momento temí llegar al día siguiente, me dolía en los huesos enfrentarme a nuevas horas, a minutos indiferentes y a una rutina inmóvil, sarcástica. Tenía que hacer lo imposible para salir de ese estado y qué mejor manera que recordar lo bueno sin dejar de aprender de lo "malo"? Tenía mucho por contar y mucho más por vivir.
Una idea mejor sería plantear metas, por eso hice el cronograma y, emulando una parrilla de programación de tv, prioricé lo que a mi vida le daría rating y bajé de estatus lo que tal vez no funcionaría. Lo prioritario: concentrarme más en el oficio, lo secundario: darle protagonismo al ocio. Lo primordial: dedicarle más tiempo a Dios, lo menos importante: las rencillas y el odio. El amor? Ah, ese es otro capítulo.
Como en todo lo de la vida el tiempo dará las respuestas de si logré el cometido o si, por lo menos, iré bien en el camino.
ABRAZÁNDOME CON LA REMINISCENCIA...
Las notas hirientes de un acordeón envejecido se mezclaban con las del amplificador que esparcía por el ambiente una canción diferente a la del conjunto vallenato, pero con la misma similitud del detonador asesino. Ya había notado que la brisa de la noche estaba deliciosa y eso mató más cada rincón oculto de mi alma. ¿El lugar?, la avenida primera de Montería.
El corazón ahí estaba, sin pronunciar palabra alguna, solo escuchando lo que el entorno quería decirle y la orden que el cerebro le estaba dando, aunque como siempre, haciendo caso omiso.
Las palabras de mi interlocutor no hacían eco porque el estado de frialdad absoluta tenía más peso y prestarle atención a la música era lo de más importancia. Es que el respirar profundo y seguir en ese momento no calaba y la única ruta más visible era la de, a través de las dos canciones vallenatas mezcladas sin intención, dejarme llevar por los recuerdos y amarlos, amar cada evocación que a mi mente llegaba en esa noche de eterna pesadumbre, cuando la cebada se consumía al compás de mis pensamientos.
No me quedaba más remedio que abrazar mi rememoración, tocar cada espacio de la piel de los recuerdos, porque los recuerdos también tienen poros y respiran, respiran mucho. Los sentí en cada tejido de mi anatomía y a decir verdad estremecieron mi conformación corporal.
Era un ataque de añoranzas y dolor. Una ráfaga de sonidos y visibilidad borrosa, aunque intactas en la película del tiempo. No me merecía eso, no en una sola noche. No me merecía ese encuentro con el pasado en los 5 minutos que demoraron las dos canciones, no en un solo espacio. Los segundos venideros fueron peor porque la canción siguiente resumió este tétrico monólogo en una sola pieza y sí que lo supo contar bien.
Sin tener tiempo para decirle al pasado ‘detente’ me dejé llevar por la reminiscencia, le di la oportunidad al pasado para que me abrazara y se sintió muy frío e impasible, a pesar de que ese recuerdo tiene nombre y calor.
DEFINIENDO LA FELICIDAD...
Debería serlo, pero no soy feliz. He aprendido de golpe que la felicidad no es una línea sin curvatura y desvíos sino todo lo contrario: lo más parecido a una carretera, sobre todo doble calzada. Aquí cabe perfectamente lo mucho que se ha escrito y hablado sobre ella, que no es una meta sino el camino y sí que comparto eso.
Se puede catalogar como un estado de ánimo que depende de cuánto dure y con qué intensidad se viva, he ahí la clave. No la tengo como meta porque a diario la voy construyendo y sé que seré lo más feliz posible el día que mire atrás sin remordimientos y sin resentimientos.
Entre tanto disfruto de las amistades (las buenas personas que sí proporcionan felicidad o lo más parecido a ella), de mi trabajo (más que un refugio mi estilo de vida), mi familia (los seres más cercanos), de los paisajes (la grandeza de Dios en estampas vivientes) y de los animales (las especies más puras del planeta).
Eso contribuye a mi alegría y también a saber a ciencia cierta que la felicidad me rodea, lo importante es sentirla a plenitud y adoptarla como parte de mi cuerpo y ser.